domingo, 29 de diciembre de 2013

Viaje por la Gallaecia

Estos dos días de atrás mi hermano y yo nos paseamos por la Gallaecia; eso que, seguramente, la mayoría de vosotros identificaréis con Galicia. Lamentablemente, en este país donde la cultura suele ser en demasiados casos una herramienta política, tendemos a generalizar muy fácilmente y, si hay identidades por medio, ni os cuento. Ni la antigua Gallaecia se correspondía con Galicia ni los astures eran los actuales asturianos, eso por poner algunos ejemplos que no se salgan del entorno del noroeste de la Península. Pues bien, cuestionándonos esas cosas y porque ya echábamos de menos el bacalhau y el vinho verde, ahí nos fuimos Eduardo y yo, de León a Braga; dos de las capitales de aquella provincia romana que fundara Caracalla en el 214 d.c. 


La Gallaecia estaba dividida en tres conventos que tomaban su nombre de sus respectivas capitales: el Lucense que era la actual Galicia norte, el Bracarense, norte de Portugal hasta el Duero y el Ástur con capital en Astorga. ¿Qué unía entonces a estos territorios hoy separados por comunidades autónomas y países diferentes? 

Si hay algo en lo que estaréis de acuerdo conmigo, es que los romanos no eran tontos, para nada. Está claro que por muchas legiones que tenga uno y por muy duras que sean sus loricas, para dominar a un pueblo extranjero hay que hacer algo más que darles una buena paliza. Cuando los romanos, pueblo práctico donde los haya, llegaban a un sitio nuevo y sometían a sus habitantes lo primero que hacían para mantener el control era respetar (y utilizar en su provecho, por supuesto) sus redes de relaciones y clientelismos político-sociales. Una idea romana que muchos deberían tener en cuenta en estos días: si hay algo que funciona bien, NO LO TOQUES. Esto, como ya vosotros solos habréis deducido, nos hace pensar que cuando los romanos establecían una provincia o cualquier otra división administrativa nos está hablando de cierta homogeneidad de lo que nos encontramos allí, al menos en la forma que a ellos les interesaba. Si a esto le añades una buena red de comunicaciones para moverse lo más rápido posible entre sus principales ciudades, mejor que mejor. 
Puente romano de Cháves


Pues buscando algunas de esas vías romanas nos fuimos. Desde Chaves, importante nudo de comunicaciones, nos dirigimos hacia Braga dejando al sur el río Rabagao y su impresionante embalse. Con el temporal, las montañas y el viento que levantaba olas como si aquello fuera alta mar, la impresión fue la de un paisaje emocionante. Más adelante nuestros caminos comenzaban a unirse, Braga se acercaba. Habíamos tomado como referencia el itinerario de Antonino, una guía de viaje del s. I que hablaba de tres recorridos diferentes para unir dos ciudades tan importantes en la época como Astorga y Braga. 



Río Rabagao


Las montañas que encajonaban el Rabagao se iban abriendo poco a poco, pero eran lo suficientemente agrestes como para que las calzadas de los romanos tuvieran que estar bien asentadas y cubiertas de losas. En las fotos veis algunas. También algún miliario, los mojones indicadores que había en las calzadas. Granito y más granito, como los pueblos de granito, como los paisanos que nos encontramos en ellos, de granito. Qué paisaje, ¿verdad? Cuando el ser humano transforma así la naturaleza en su propio beneficio, aprovechando lo que le rodea y hace algo propio, único en el espacio y sobre el tiempo a mí me sobrecoge. 
Miliarios al acecho tras las esquinas.

Granito y paja. Aquí los techos se mantienen libres todavía del abandono y la uralita.


Braga más cerca, capital romana. Eso de que la Gallaecia fuera un lugar más o menos homogéneo a la llegada de los del Lacio no quiere decir que estos no metieran ahí su cultura con ganas, que para eso servían las calzadas. La romanización y las vías de comunicación fueron de la mano de tal forma que hasta el siglo XX fueron la única red viaria de este nuestro país tercermundista. Las aprovecharon los suevos y los visigodos, los musulmanes y los franceses, y por ahí se nos colaban todas las ideas que venían de fuera a pesar de nuestra secular y montaraz resistencia. Pero a la vez, por quedar obsoletas, también los antiguos territorios quedaron mal comunicados entre ellos. Antiguas provincias romanas, como la Gallaecia, continuaron aisladas, conectándose apenas de un pueblo a otro y, como mucho, a centros comarcales de mediana importancia.
Calzada cubierta de losas como corresponde a los terrenos inestables de montaña.

Llegamos a Braga en medio de una nube de coches. No os podéis imaginar el atasco. A pesar de todo, fuimos capaces de llegar de la entrada al centro en poco más de media hora. Casi nada. La ciudad también es gris de granito y lluvia, como el resto del camino. Atardece. No podemos entretenernos porque queremos llegar a Tuy antes de que anochezca. Las luces de casas por las laderas de los montes nos acompañan. Pasamos Tuy, Porriño, otras aldeas y villas gallegas. Sabemos, porque nos lo contaron, que pasamos alguna frontera por el camino. Allí quedaron, para los que las quieran.




martes, 13 de agosto de 2013

El pajarito

Mamá abre la puerta y tira de mí para entrar en la sala grande. Es una sala con un suelo de baldosas oscuras, sin dibujos, donde destacan muchísimo mis asquerosos mocasines blancos. Por cada paso que doy, recibo una instrucción. No tocarme el flequillo. Ponerme recto. Levantar la cabeza. Saludar al primo y no olvidarme de preguntar por sus niños que sacan unas notas buenísimas en las escolapias de Vitoria (no como yo que sólo hago que dar disgustos). Sentarme. Sonreír. Poner buena cara. Y, sobre todo, tener muchísimo cuidado de no ensuciarme el traje blanco, que es carísimo. Es entonces cuando levanto la cabeza y me acuerdo con pavor del pajarito. Y, en ese momento, siento el líquido espeso que está empezando a correr por el puño crispado que tengo dentro del bolsillo del pantalón.

viernes, 2 de agosto de 2013

Exposición de Santocildes


Aquí, en estas riberas, donde atisbé la luz
por vez primera, dejo también el corazón.


Como Antonio Colinas en sus versos, deja el corazón Santocildes en el paisaje. Pasear por la exposición que ofrece el artista en Carrizo es ver la ribera del Órbigo en cada una de sus piezas y verlas filtradas por sus ojos y por su oficio sobre (a favor de) la madera y los lienzos. Ahí están los chopos que arden en fuego verde o el agua-piedra del invierno. También la nómina de secretos que estos guardan dentro asomando por las heridas que la mano certera provocó. Antes de llegar, deje el visitante posarse la mirada en las choperas que abrazan el pueblo de Carrizo, déjese empapar dentro por el agua del río y entre en la Posada del Marqués dispuesto a ver todo esto elevado al corazón de Santocildes. Y dese prisa, que dura sólo hasta el 7 de agosto. 




miércoles, 10 de julio de 2013

La nevada

   
       I. Mirad aquel perro. Sus ladridos resuenan en el fondo del valle. Es una pequeña sombra nerviosa saltando en la inmensidad de la nieve, escarbando, enganchando sus aullidos al eco de las peñas. Se para, mira al suelo, reconoce algo, mueve el rabo y salta otra vez sobre el hoyo abierto bajo sus patas.


      II. Hacia la luz, hacia la luz siempre, les decía Don Miguel mientras señalaba hacia la veleta del campanario. El cielo estaba azul con una algarabía loca de vencejos y los tejados brillaban con toda la fuerza del verano. En la plaza, los niños, apartados los juegos, seguían con su mirada la mirada del cura, de allí a su mano. Y de su mano, al sol.


       III.  Hacia la luz, hacia la luz siempre, resuenan las palabras como un eco en sus oídos. Deja caer un hilo de saliva y mira por el túnel abajo, hacia los demás. Arriba, la claridad. Es el camino correcto, así que toma la pala y vuelve a atacar con ella la nieve sobre su cabeza. Cada vez más fuerte. Para. Vuelve a mirar abajo. ¿Habéis oído? Y el resto de ojos comienzan a reír desde el fondo, desde la plaza porque, cada vez más cerca, se oyen más nítidos los inquietos ladridos de un perro.

miércoles, 19 de junio de 2013

Una sombra en el centeno

Lo lee concentrado a la sombra de una encina, entre los campos de centeno. Es un libro magnífico donde está todo lo que se necesita saber: construir un barco, reunir una tripulación, manejar un arpón. El pequeño Ahab lo lee con deleite, pero también con urgencia. Ahí delante, sobre la superficie ondulante de las espigas, ha vuelto a ver aparecer, hace un instante, el lomo acechante de una enorme ballena blanca.

miércoles, 12 de junio de 2013

Fotos viejas


Al finalizar la serie de óleos, don Agapito se impulsa con su bastón hacia la de fotografías. Las dos últimas generaciones de su familia ya aparecen retratadas en papel leptográfico. Se detiene. Lo más curioso de la fotografía, piensa posando su vieja mirada en el fuego, no es lo que ha supuesto para la historia a nivel documental. Tampoco, y mira para la los libros que se extienden por las estanterías, su importancia en el desarrollo del arte contemporáneo. Lo más inquietante, se dice ante las arrogantes patillas de su abuelo, es ver, con esa nitidez espantosa, a tus antepasados ya muertos mucho más jóvenes que tú.

viernes, 7 de junio de 2013

La trenza

A gatas, bajo el templete de los músicos, cientos de pies bailando por el prado y el ronroneo de un generador a su lado. Pi. El abuelo y sus manos de raíz de parra. Pi. Las diecisiete palabras en español que usa Isa en aquel tren a Berlín. Pi. Un viaje tocando la okarina y los chopos como un cuadro de Degas en la ventana. Pi. Sentado en el váter. Las vueltas de la lavadora. El teléfono impaciente al otro lado de la puerta. Pi. Pedro y él, color ceniza, en el negativo de una foto. Pi. Los eclipses. Pi. Ella. Pi.

Y Juan, tumbado en la cama del hospital, sólo acierta a percibir apenas dos líneas bien diferentes que se entrelazan. Una, la de sus pensamientos, sin tiempo y sin fin, densa, plástica, líquida. Y otra, la recta sobre la que  ésta se apoya, la que cruza, ajena como un disparo, la pantalla de la máquina que está a su lado, con un pequeño saltito y un pitido regular cada tres segundos exactos.

Qué cosas. Ahí tienen a Juan perfectamente acomodado entre la intersección de dos elementos tan diferentes, mientras que, al rato, le será imposible percibir la geométrica perfección de esas dos líneas cuando formen un gélido haz de rectas paralelas.