Hijo, la ropa sí, las botas, el capazo, el sombrero, pero junto a la lumbre no pongas la escopeta. La madre ansiosa y él que asilencia la cocina. Un gesto sólo de barba y en los ojos lo de las alimañas; eso que dicen los de abajo que tiene el monte. Ahora va y se ahorma sobre el arma y la limpia. Ahora selecciona por números los cartuchos y los pone en hilera sobre el suelo. La madre sufriendo las sombras que reptan afilándose, temblorosas, hacia sus pies calzados de madera y que un día me matas, desgraciado. Él, silencio. Aquí, en la casa de arriba, nunca abundaron las palabras y ella que insiste que no lo aguanta, que deje eso. Y él por detrás de los ojos. El fuego crece, crecen las sombras. Los músculos se le tensan, pero ella que insiste y que insiste que no, que se aparte del fuego. Los ojos de él, la cocina, la casa, la noche. Después, ahí, cascando el silencio del monte van seguidas y muy juntas dos explosiones; una, otra. Y con eso pasa como siempre, que no lo oye nadie, ni siquiera los de ahí abajo, los que viven en el pueblo.
jueves, 20 de octubre de 2011
lunes, 17 de octubre de 2011
Conquista (o El río del olvido)
domingo, 9 de octubre de 2011
Suministros
Y saca del mostrador la bandeja para enseñar el género; un trozo de carne verde, no mucha, sanguinolenta, cortada al tajo de machete. Vuelan en ochos a su alrededor decenas (centenas) de moscas que brillan como brillan las pupilas del cliente. Son destellos verdes, azules, amarillos… “¿A cuánto?” “A seismil” Pues acepta; es caro pero compensa. El dependiente asiente y toma el cazamariposas más pequeño. Con un añejo movimiento de muñeca enreda decenas (centenas) de los insectos nerviosos y de allí al frasco. Se aceleran los movimientos y zumbidos. “Tenga, seismil”. Las manos de la rana que se atiernan sobre el tesoro y al rato, en la calle, mirándolos al sol. Destellos. Y esa lengua golosa que pasea de un lento latigazo por la calva.
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